"Y ocurrió en los días antiguos, cuando la tierra aún era joven y el cielo brillaba sin mancha, que los Hijos de Dios, resplandecientes y eternos, posaron sus ojos sobre las hijas de los hombres y se dijeron los unos a otros: <<Vayamos, elijamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos, Hagamos todos un juramento y comprometámonos por mutuo acuerdo a no retroceder de este propósito hasta que lo hayamos realizado, "¡Hermanos de luz! ¡Que la voluntad del enemigo tiemble ante nuestro paso! Jurad ahora, en el nombre del fuego eterno, que ninguno volverá atrás. Aquí, sobre la cumbre del monte sellaremos con sangre nuestra decisión y la haremos eterna.”>>, y se enseñó a los hombres el arte de la forja y las armas, revelando los misterios de las estrellas y la hechicería, y sus nombres fueron grabados con fuego en las piedras y dieron a los mortales conocimientos que no eran de este mundo, y Allí, en la vastedad de los montes y valles, se unieron a las hijas de los hombres, engendrando hijos que no eran ni del cielo ni de la tierra, sino algo más grande y terrible: los gigantes de antaño, los Nephilim, héroes de poder que con sus pasos sacudían la tierra y cuyos nombres serían recordados en temor y leyenda..."